El que el arte trascienda las barreras del tiempo y el espacio es un fenómeno inexplicable, incalculable e impremeditado. El mundo cambia. Los contextos de vida de los seres humanos de cada generación son distintos. Sin embargo los grandes temas son y serán los mismos siempre. Frecuentemente, los precursores de cualquier ciencia, arte o argumento deben soportar los embates de puristas, moralistas, mercantilistas, oscurantistas, y demás retrogradas que existen y seguirán existiendo en cada época.
La “censura” es un tema que aún hoy en día levanta controversia (aunque suene paradójico). ¿Hasta donde puedo expresarme sin que eso signifique herir la integridad de los demás? ¿Es válido que te exija silencio solo porque me lastimas (o porque me incomodas, o porque pones en “jaque” mis intereses)? Estas son preguntas con muchas o ninguna respuesta. Sin embargo, la última palabra la tienen siempre los cabecillas de las organizaciones que se dedican a “regular” la libertad de expresión. Habría que preguntarse también si dicho fenómeno, la libertad, de expresión o de cualquier tipo, es un “ente” regulable o medible.
El hecho de decidir qué es lo que la gente debe (o puede) escuchar, leer o ver, implica un acto de generalización en el que parecería partirse de la idea de que la sociedad no esta compuesta por individuos diversos en ideologías y sensibilidades. Si se defiende el derecho de un 70% de la población de no querer tener acceso a cierta información (llamémosle así a cualquier tipo de manifestación verbal, escrita, auditiva o visual) por medio de la prohibición de su publicación, se estará violentando también el derecho del porcentaje restante de la población a la que si le interesa tener acceso a dichos datos por motivos diversos.
Cuando se evalúan las posibilidades, alternativas y resultados del proceso de “censura” nos damos cuenta de que lo que la prohibición de una información particular facilita para la población a la que esta dirigida (o sea, los sujetos conservadores) es únicamente la “elección”. Suponemos que esta actividad, es decir, el elegir concienzudamente si se abren o cierran los ojos o si se escucha o se deja de escuchar, para muchos podría resultar una molestia o una actividad en extremo exhaustiva, e imaginamos que en este supuesto yace la utilidad de la censura. Sin embargo, mediante este proceso, las personas que si están dispuestas (e incluso ansiosas) a ser destinatarios y procesadores de información riesgosa (subversiva, revolucionaria, anárquica, o simple y planamente diferente) quedan desprovistas tajantemente del derecho y la posibilidad de recibirla.
Tomando en cuenta que el problema consiste en la presunta incapacidad o indisposición de cierta parte de la sociedad para darse a la tarea de elegir lo que quiere o puede ver o escuchar (situación que sería la natural y lógica en un mundo perfecto en el que las posibilidades fueran infinitas y la diversidad no se percibiera como algo amenazador) me doy cuenta de que este proceso es injusto para aquellos que necesitan experimentar una vida autónoma, misma que se vive, entre otras cosas, a través de la libre relación de la persona con su medio ambiente y del enriquecimiento que resulta su exposición a las manifestaciones de sus semejantes. Y es que es vergonzoso que aún en estos tiempos se utilice tal recurso que no es mas que un descendiente demasiado directo (y escondido bajo diversas banderas y logotipos) del Oscurantismo Medieval. Lo más lamentable es que este fenómeno se experimenta en todos los campos y niveles, de diversas maneras y en mayor o menor intensidad.
Mi postura personal al respecto: en contra. Me gusta pensar que los seres humanos somos capaces de asimilar nuestras diferencias, y pienso que el mayor y único valor que se debería seguir al pie de la letra es el respeto. Pero “respeto” no significa no tocar puntos sensibles, sino tener conciencia de que todos tenemos el derecho de tomar una postura intelectual particular sobre cualquier asunto, por mas que aquella difiera de la propia. Realmente pienso que con la “libre expresión” (por llamar a la no-censura de alguna manera) se apela a los valores mas altos de la humanidad, es decir, se tiene confianza en que podemos lograr un mundo diverso pero pacífico, al formar el criterio de los individuos haciendo uso de la tolerancia. La censura es sofocamiento y represión. Y lo peor, es una manera estupida de menospreciar al ser humano, al echar por tierra siquiera la posibilidad de ejercicio (o existencia) de su mayor atributo: el raciocinio.
m. Habitación virtual dotada de lo necesario para la debida y perdiódica evacuación cerebral y de otros desechos emocionales.
27.9.04
Me prometí...
Me prometí a mi mismo ya no esperar más. Dejar de buscar una señal en el cielo que me haga levantarme. Permitir a mi fuerza fluir y derramarse de mi pecho. Me prometí que cortaría el cordón que me une a las cosas que me debilitan. Que empezaría a vivir. Pero aquí sigo. Igual que antes de que mis dos manos hicieran en vano un pacto de sangre.
Me prometí estar bien. No solo tratar de olvidar las cosas que podrían estar mejor. ESTAR BIEN. Sacudirme el tedio. Huir de la prisión auto-impuesta. Volar tomado de las riendas del viento. Reír. Llorar. Bailar al compás de los susurros de mis pensamientos. Dejar de “ser una hormiga”. Pero aún me sujeto a esta silla. Aunque mis pies quieran correr.
Me prometí estar bien. No solo tratar de olvidar las cosas que podrían estar mejor. ESTAR BIEN. Sacudirme el tedio. Huir de la prisión auto-impuesta. Volar tomado de las riendas del viento. Reír. Llorar. Bailar al compás de los susurros de mis pensamientos. Dejar de “ser una hormiga”. Pero aún me sujeto a esta silla. Aunque mis pies quieran correr.
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