21.12.04

La Gente Buena


El Relato

Mi colonia esta llena de buenas personas. Y especimenes similares colman las colonias de otros. Y así, se llenan los lugares de lo mismo. Un jardín lleno de flores. Mi ciudad es hogar de individuos que poseen los más altos valores.

Mi calle esta llena de buenos vecinos. De los que sonríen y saludan y dicen “buenos días”, “buenas tardes”, “buenas noches”, cuando pasas. A todos los verás yendo a la iglesia en domingo. A las 12, a las 6 o a las 8. Nadie falta.

Y así, no me cabe duda. Todos vivimos seguros de lo buenos que somos. Y de lo bueno que son los que nos rodean. Los vecinos de mis amigos, de mis tíos y mis abuelos. Sus amigos, tíos y abuelos. Y los vecinos de estos también. Todos buenos.

Tan genuinamente interesados los unos en los otros. Tan desinteresadamente dispuestos a cuidarnos las espaldas. Como Don Raúl, el vecino de mi abuela. Hombre bueno, también. Jubilado. Ama tanto a sus vecinos que vigila su bienestar, incluso por encima del de su propia familia. Desde las 9 de la mañana saca a la calle su silla. Y observa, de sol a sol. Sobre todo a Celia, la divorciada. “Hoy duró dos horas adentro de su casa con un cabrón que nunca había visto por aquí”, me dijo una vez. El interés que muestra por sus semejantes, ¿no te llena de ternura a ti también?

Ahora todos cuidamos de Celia. Claro que ella no lo sabe. Un poco loca está Celia, pero todos la queremos. Ella a nosotros, no tanto. Pero no dejaremos de pedir al Señor que la deje entrar a su gloria. Y a todos los hombres distintos que entran a su casa, ocasionalmente. Ellos son débiles, Señor. Perdónalos. Estamos seguros de que ellos también son buenos. Sólo que no se han dado cuenta.

Mi padre, el no puede verlo. No percibe la bondad de la gente. “Desconfía”, me dice. “La gente es despiadada”. Me contó una anécdota. De Omar, nuestro vecino de enfrente. Me dijo que lo vio acelerar su camioneta hasta alcanzar a un perro que iba cruzando la calle. “Lo dejó embarrado en el pavimento, y luego, dejó de acelerar”. Mi padre debe estar confundido. Omar es bueno. No lo hizo a propósito. En la iglesia, su limosna siempre es un billete de $50.

Lo digo y no me canso de repetirlo. ¡Somos tan buenos! Pregúntanos y nosotros mismos te lo diremos. Aunque dudo que no puedas verlo por ti mismo. Tu eres bueno también, es lo mas seguro. El mundo esta lleno de gente como nosotros.


El Ensayo


Tal vez estoy cometiendo el peor error que un “autor” (eliminándole todo tipo de nobleza a la palabra y entendiéndola como “el simple ‘hacedor’ de cualquier cosa”) puede cometer, al comentar algo sobre el relato anterior. Tratando de explicarlo quizás le reste el poco valor o significado que por si mismo podría tener. Pero bueno, el formato del mismo me parece un poco limitado. Y pues en caso de que no se haya notado, a pesar de haber sido redactado en primera persona, el narrador no soy yo mismo, sino otro sujeto (de sexo indefinido e irrelevante), cuya perspectiva es diametralmente, aunque tal vez no tanto, distinta a la mía. He aquí la limitante que le encuentro, una vez terminado: el tocar demasiados puntos críticos de manera irónica por una persona sin ninguna pretensión de hacer que sus palabras tuviesen connotaciones irónicas o subversivas, podría sentirse demasiado irreal o manipulador. Por eso lo mantuve corto y simple, a pesar de que se quedaron en el tintero algunos ejemplos que podrían hacerlo mas claro. Así que decidí dividir lo que tenía que decir en dos partes. Un relato y un ensayo.

Pero lo diré en partes. Primero que nada, escribí lo anterior inmediatamente después de ver “El Joven Manos de Tijera” por enésima vez. Esta es una de mis películas favoritas, y más que una entretenida y bizarra historia sobre, bueno, permitiéndome el pleonasmo, un hombre que tiene manos de tijera, para mí es una alegoría sobre lo “malo” escondido detrás de la bondad de las personas comunes. O peor aún, sobre lo malo que las “buenas” personas se permiten hacer bajo la autoconciencia de su supuesta bondad.

A pesar de que Tim Burton nunca ha realizado películas que alardeen y le arrojen al espectador en la cara su “contenido intelectual”, no están exentas del mismo, y en este caso, me parece que ésta es una de las críticas mas claras y brutales que ha llevado a cabo acerca de esa sociedad de la que desde pequeño decidió retraerse, viviendo en los soleados suburbios Californeanos. Y aquí, describe desde su tedio y sus pequeños y aparentemente inofensivos vicios (chismorreo, carnes asadas, golpes de pecho, amabilidad excesiva), hasta el efecto global que sus acciones tienen en un sujeto que llega a ese contexto en el inmaculado estado mental de un niño de 2 años, aunque con el cuerpo de un hombre de 20 y la apariencia de una cruza entre estrella de glam-rock y darketo sin remedio.

La cinta puede analizarse bajo múltiples perspectivas pero todas llevan a lo mismo. Estamos ante la visión de un “outsider” de lo que es su mundo. Y esa visión se caracteriza por dar una vuelta de tuerca a las nociones preconcebidas con las que vivimos. La comunidad en la que se desarrolla la película se nos presenta en tonos pastel, desde los colores de las casas y automóviles hasta algunas de las prendas que usan sus habitantes. Una atmósfera apacible que encierra dentro de sí a lo peor de los humanos, que espera la oportunidad de salir a relucir. El protagonista, por el contrario, viste de negro, y tiene una apariencia un tanto macabra, a pesar de poseer una inocencia casi imposible, resultado de sus años de encierro e incomunicación. Lo interesante de todo esto es el choque de ambos lados, en formato de cuento de hadas con tintes góticos, y las conclusiones a las que lleva al espectador.

Llevo un rato pensando en que los valores que nos rigen, considerando al occidente como una cultura (y pésele a quien le pese, creo que cada vez son mas los “valores” que se comparten entre Norte y Centro-Sudamérica), son bastante erróneos, pero están convenientemente diseñados (no se si de manera consciente o inconsciente, ni por quien o quienes) para mantenernos en el estado de apaciguamiento y estancamiento en el que estamos. Podría citar varios ejemplos. El asunto del “egoísmo”, o al menos lo que entendemos por dicho concepto (cruz con la que cargo día a día) es uno de ellos. Trataré de expresarlo con una pregunta: ¿no es egoísta de nuestra parte exigirle a una persona que no sea egoísta, es decir, que piense en nuestras necesidades por encima de las suyas? El hecho de juzgar el egoísmo consiste en sí en egoísmo. Es una paradoja. La persona que cede en sus prioridades anteponiendo las de quienes le reclaman su egoísmo esta siendo víctima del mismo crimen por el que se le juzga. Pero así (y espero que sepan de lo que hablo, aunque no haya sido muy claro) existen muchas situaciones en las que el gesto que se valora, o que se ejecuta generalmente, es totalmente contrario a la acción lógica o aquella que causaría el mejor efecto a la larga. Una de estas situaciones es el paradigma social de la bondad de las personas. Es decir, la creencia de que por ser nosotros mismos y porque sí, somos buenos. Y para muestra basta un botón: no conozco a nadie que considere a sí mismo una mala persona. Pero me pregunto, aun por encima de mi propia voluntad, ¿cómo es que habiendo tanta gente buena en este mundo la situación es tan jodidamente deprimente, en términos generales?

Desde mi punto de vista, la culpa es de nuestro tan defendido sistema de valores. Y por lo tanto, la culpa es de nosotros mismos. Usaré la cinta una vez mas, para remarcar lo que digo. El personaje de la mujer religiosa es el único que no da la bienvenida a Eduardo (es decir, el joven del título), y por el contrario, lo condena, considerándolo un enviado del infierno. Este es un reflejo de la manera en la que la iglesia se ha dedicado a condenar actos verdaderamente inocentes, mientras que, por otro lado, promueve una serie de rituales sin ningún efecto objetivamente benéfico para la sociedad, y que irónicamente, en la mayoría de los casos, fomentan la hipocresía y, peor aún, la simpleza de mente. Digo, la masturbación que, a menos que se convierta en una patología, tiene un potencial negativo tan mínimo, no deja de percibirse en los círculos religiosos como una práctica pecaminosa. Y así hay una larga lista de situaciones que sabemos que son malas, aunque no sepamos realmente porqué. Y me imagino que son malas porque alguien con mucho poder e influencia, y con la misma mentalidad enfermiza del personaje de la mujer religiosa, las percibió como malignas y las estipulo como tales, posiblemente reflejando en sus juicios la malicia propia. Al final de la cinta, los vecinos que habían acogido con avidez al protagonista (movidos mas por morbo que por bondad), le dan la razón a la mujer y adquieren su mismo enfoque para juzgar (en una versión metafórica de aquellas hogueras de la inquisición) a Eduardo, un personaje que no hace mas que reaccionar frenéticamente ante las acciones retorcidas de dicha comunidad. En pocas palabras, una de las piedras angulares de la cultura latinoamericana, que es el cristianismo, tiene como efecto la perpetuación del círculo vicioso del juicio de todas las cosas y la acción nula para mejorarlas. Orar porque las cosas cambien, me parece, es tan inútil como no hacer nada. Orar es la manera fácil de ejercer la responsabilidad social (o al menos, de convencernos internamente de que la estamos ejerciendo). Actuar es la manera difícil. Y actuar, lamentablemente, no es el estilo de la iglesia.

Pero así como la religión y los valores confundidos, las “ideologías” con las que nos manejamos parecieran haber sido creadas por entidades extraterrestres desprovistas de cualquier tipo de sensibilidad, e incluso, de cualquier interés por el bienestar de los seres humanos. Y aún así, llevamos estas cosas a cabo. Trabajamos para empresas que nos dan dinero, aunque desaprobemos sus políticas voraces y explotadoras, para con la gente o para con el entorno. Vivimos en base a metas fundadas sobre cifras numéricas. Nos jactamos por poseer una espiritualidad prefabricada y falsa. Respetamos códigos morales arcaicos cuyos propósitos no tienen, y nunca han tenido, una tendencia humanista. Y luego, cuando las cosas salen mal, juzgamos incisivamente a los desafortunados que manifiestan los errores de todos nosotros. Apuntamos a los malos con el dedo, y los encerramos, y a veces, los condenamos a la muerte. Porque ellos son los malos. Y nosotros los buenos. El mundo esta lleno de gente como nosotros. Y México, nuestra bendita tierra católica de gente cálida y jubilosa, aún más. Aquí, en donde hace poco tiempo, en pleno año 2004, una comunidad linchó a un grupo de policías por una serie de sospechas infundadas, abundamos nosotros, los buenos.

Eduardo, el de las manos de tijera, se autoexilia, y vuelve al castillo del que salió un día que pensó que los demás estaban preparados para su inocencia. Vuelve al oscuro lugar que siempre conoció como hogar, en el que nunca cruzó palabras con nadie más. No volverá a salir de ahí. Serán solo el y su soledad, hasta el fin de sus días. Y, por alguna razón, hay momentos en los que no me cuesta mucho trabajo comprenderlo. Con semejante grupo de buenas personas en la comunidad, ¿quién necesita a los malos?


8.10.04

La Mala (y la Peor) Educación…

Primero, fue el cambio de cine. No es que frecuente las salas de mayor categoría en la ciudad. Pero hay ciertos complejos cinematográficos que prefiero evitar por diversas razones (sobre todo por la falta de calidad y compromiso en el desempeño de la actividad que realizan). Y ese día me toco pisar suelo enemigo, por cuestiones de coordinación y horarios (tratemos de ignorar otro detalle llamado desesperación), y ver en dicho cine “La Mala Educación”, prácticamente la única película que me llamaba la atención de las que se estaban proyectando y que no hubiera visto. Sobra decir que, siendo Almodóvar el director, y después de ver “Hable con Ella” mínimo unas cinco veces y considerarla como una de mis películas favoritas, mi tardanza por experimentar el mas reciente delirio de este tan afamado personaje no se debió a simple y sencilla pereza o indecisión. En este mundo en el que vivo, la mayoría de las veces (al menos en mi caso) la única causa cuyo efecto es la imposibilidad se escribe con un número indefinido de dígitos (dependiendo de la magnitud de la actividad frustrada) precedidos por un signo de pesos.

Esta bien. Con la anterior retórica no despisto a nadie, así que seré lo mas honesto y directo posible: Soy pobre. Así que apenas logré conseguir la cantidad necesaria de dinero y corrí a MM Cinemas (ya lo saben, no se equivoquen). O mas bien, mis padres iban, así que aproveché pensando en la posibilidad de que decidieran pagar los 3 boletos con el mismo billete. Un billete de ellos, claro está. Y afortunadamente para mí, eso fue justo lo que sucedió. Eso sí, ni a mi papá ni a mi mamá les encanta el lugar, pero no son tan dogmáticos como yo, y menos en cuestiones de cine. Pero, por ahorrarme unos cuantos pesos resulté ser menos dogmático de lo que pensaba.

Afortunadamente, mis padres no verían la misma película. Aceptaron, con reservas (como siempre), mi recomendación: “vayan a ver La Aldea”. Yo entre solo a mi sala. Extrañaba esa sensación. Y estuve complacido de sentirme totalmente bien sentado sin nadie enseguida. Bueno, eso fue hasta que me dí cuenta de que la sala estaba repleta de parejas maduras. Tuve una ligera sensación de bochorno cuando se me ocurrió que estarían pensando de ese pelón solitario que entró a ver una película sobre trasvestismo. Lo olvidé al momento al percatarme de los detalles de la sala. La pequeñísima pantalla que parecía estar situada a kilómetros de mi fila de butacas. La hilera de focos de 100 watts (o al menos así se veían) pegados en la pared. Gente que llegaba. Mas parejas: amorosas, amistosas y algunas cuyos limites no de dilucidarían a tan facil vista. Se apagaron los focos (la palabra “luces”, en el contexto, me suena demasiado magnificente). Anuncios. La película comienza. Me gustan los créditos muy á la Hitchcock. La trama empieza a absorberme. Primera escena de sexo. Oral. Zahara le “come la polla” a un “tío” que se queda dormido. Pero antes, justo en el momento del repentino corte a dicha escena, siento un espasmo en la hilera de butacas en la que estoy sentado. Una mujer ubicada a dos asientos, baja violentamente la cabeza hasta las rodillas y dice (con volumen no muy sutil) “¡de perdido, que avisen!”. Después de esto, los diálogos de Almodóvar se mezclan con frases como “¡que asco!”, “¡voy a vomitar!” y “¡ay, no mames!”, por no decir mas.

Para la mitad de la película mis nervios estaban a punto de sufrir un colapso, y desgraciadamente no era por ninguno de los recursos narrativos (muy respetables) que el señor Almodóvar desplegaba frente a mi a través de la pantalla , sino por la bola de estupideces que ese par de mujeres tan dolorosamente cerca pronunciaban. La frase de antología: “malditos jotos, hay muchos, y vas a ver que después de esta película van a haber mas”. Pasaron tantas cosas por mi cabeza después de escuchar esa frase, que no podría enunciarlas todas. Desde un sutil: “me podrías dejar escuchar la película por favor”; hasta un cruento: “a bestias como tu no les deberían dar descanso en la maquila”. Un punto intermedio era: “se equivocaron de sala; la película de trasvestis que ustedes querían ver es White Chicks”. Aunque este último tal vez no las hubiera ofendido. Porque tal vez finalmente eso fue justo lo que hicieron. Entrar a ver "White Chicks". Porque de mi sala huyeron aproximadamente media hora antes de que terminara la proyección. Estuve a punto de gritar “bravo” y aplaudir, al verlas reaccionar algo sensatamente por primera vez en la noche. Pero no soy tan malo. Aún.

Al finalizar la cinta, pude decir que me gustó. Necesito volver a verla en un entorno un poco mas benevolente en todos los sentidos. Pero lo que mas me llamó la atención, aún mas que la película misma, es que su título bien pudo haber sido también el de mi noche. “La Mala Educación”. La mala educación de los mexicanos. La mala costumbre de no tener criterio. La maldita simplificación a blancos y negros de un mundo con tantos matices. La imposibilidad de abrirse ante la diferencia y respetarla, de acoger la diversidad, de ejercer la tolerancia. La incapacidad de crecer, negando y rechazando todo lo que por inusual nos amenace. El conformismo y subordinación a las normas caducas. A los formalismos que no comprendemos, pero que respetamos por comodidad. A nuestra dependencia al catolicismo y otras doctrinas que en lugar de causar la unión provocan mayor segregación y rechazo.

Salí de la sala con un sentimiento agridulce. Ver “La Mala Educación” me costó un boleto a mitad de precio pagado por mi mamá. Ver la peor educación fue gratis. Y sé que, para mi desgracia, no será la última vez que la experimente.

27.9.04

Arte y Libertad de Expresión... O algo así.

El que el arte trascienda las barreras del tiempo y el espacio es un fenómeno inexplicable, incalculable e impremeditado. El mundo cambia. Los contextos de vida de los seres humanos de cada generación son distintos. Sin embargo los grandes temas son y serán los mismos siempre. Frecuentemente, los precursores de cualquier ciencia, arte o argumento deben soportar los embates de puristas, moralistas, mercantilistas, oscurantistas, y demás retrogradas que existen y seguirán existiendo en cada época.

La “censura” es un tema que aún hoy en día levanta controversia (aunque suene paradójico). ¿Hasta donde puedo expresarme sin que eso signifique herir la integridad de los demás? ¿Es válido que te exija silencio solo porque me lastimas (o porque me incomodas, o porque pones en “jaque” mis intereses)? Estas son preguntas con muchas o ninguna respuesta. Sin embargo, la última palabra la tienen siempre los cabecillas de las organizaciones que se dedican a “regular” la libertad de expresión. Habría que preguntarse también si dicho fenómeno, la libertad, de expresión o de cualquier tipo, es un “ente” regulable o medible.

El hecho de decidir qué es lo que la gente debe (o puede) escuchar, leer o ver, implica un acto de generalización en el que parecería partirse de la idea de que la sociedad no esta compuesta por individuos diversos en ideologías y sensibilidades. Si se defiende el derecho de un 70% de la población de no querer tener acceso a cierta información (llamémosle así a cualquier tipo de manifestación verbal, escrita, auditiva o visual) por medio de la prohibición de su publicación, se estará violentando también el derecho del porcentaje restante de la población a la que si le interesa tener acceso a dichos datos por motivos diversos.

Cuando se evalúan las posibilidades, alternativas y resultados del proceso de “censura” nos damos cuenta de que lo que la prohibición de una información particular facilita para la población a la que esta dirigida (o sea, los sujetos conservadores) es únicamente la “elección”. Suponemos que esta actividad, es decir, el elegir concienzudamente si se abren o cierran los ojos o si se escucha o se deja de escuchar, para muchos podría resultar una molestia o una actividad en extremo exhaustiva, e imaginamos que en este supuesto yace la utilidad de la censura. Sin embargo, mediante este proceso, las personas que si están dispuestas (e incluso ansiosas) a ser destinatarios y procesadores de información riesgosa (subversiva, revolucionaria, anárquica, o simple y planamente diferente) quedan desprovistas tajantemente del derecho y la posibilidad de recibirla.

Tomando en cuenta que el problema consiste en la presunta incapacidad o indisposición de cierta parte de la sociedad para darse a la tarea de elegir lo que quiere o puede ver o escuchar (situación que sería la natural y lógica en un mundo perfecto en el que las posibilidades fueran infinitas y la diversidad no se percibiera como algo amenazador) me doy cuenta de que este proceso es injusto para aquellos que necesitan experimentar una vida autónoma, misma que se vive, entre otras cosas, a través de la libre relación de la persona con su medio ambiente y del enriquecimiento que resulta su exposición a las manifestaciones de sus semejantes. Y es que es vergonzoso que aún en estos tiempos se utilice tal recurso que no es mas que un descendiente demasiado directo (y escondido bajo diversas banderas y logotipos) del Oscurantismo Medieval. Lo más lamentable es que este fenómeno se experimenta en todos los campos y niveles, de diversas maneras y en mayor o menor intensidad.

Mi postura personal al respecto: en contra. Me gusta pensar que los seres humanos somos capaces de asimilar nuestras diferencias, y pienso que el mayor y único valor que se debería seguir al pie de la letra es el respeto. Pero “respeto” no significa no tocar puntos sensibles, sino tener conciencia de que todos tenemos el derecho de tomar una postura intelectual particular sobre cualquier asunto, por mas que aquella difiera de la propia. Realmente pienso que con la “libre expresión” (por llamar a la no-censura de alguna manera) se apela a los valores mas altos de la humanidad, es decir, se tiene confianza en que podemos lograr un mundo diverso pero pacífico, al formar el criterio de los individuos haciendo uso de la tolerancia. La censura es sofocamiento y represión. Y lo peor, es una manera estupida de menospreciar al ser humano, al echar por tierra siquiera la posibilidad de ejercicio (o existencia) de su mayor atributo: el raciocinio.

Me prometí...

Me prometí a mi mismo ya no esperar más. Dejar de buscar una señal en el cielo que me haga levantarme. Permitir a mi fuerza fluir y derramarse de mi pecho. Me prometí que cortaría el cordón que me une a las cosas que me debilitan. Que empezaría a vivir. Pero aquí sigo. Igual que antes de que mis dos manos hicieran en vano un pacto de sangre.

Me prometí estar bien. No solo tratar de olvidar las cosas que podrían estar mejor. ESTAR BIEN. Sacudirme el tedio. Huir de la prisión auto-impuesta. Volar tomado de las riendas del viento. Reír. Llorar. Bailar al compás de los susurros de mis pensamientos. Dejar de “ser una hormiga”. Pero aún me sujeto a esta silla. Aunque mis pies quieran correr.